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El borde no es como lo pintan

  • Leonardo Garavito G. - Co-investigador UEC
  • 9 mar 2016
  • 5 Min. de lectura

Para posicionarnos en el territorio de estudio, primero tenemos que definir el concepto de “borde urbano”, una tarea que debe tener en cuenta uma visión multidimensional de acuerdo a las herencias sociales y urbanísticas.


El proyecto de investigación que da nacimiento a este blog se enfoca en el borde sur del Distrito Capital. En principio, dicho borde se relaciona con algunas localidades de la ciudad como Usme, Ciudad Bolívar y Bosa. No obstante, a medida que intentamos definirlo y entenderlo de manera más precisa nos enfrentamos con un gran reto: el borde pierde su nitidez, se torna difuso, poroso, varía según el punto de vista desde el cual se le mire, deja de ser uno para convertirse en muchos bordes posibles. Incluso, llegamos a preguntarnos ¿por qué usar el concepto de borde y no otros como los de límite, frontera, franja de transición? En efecto, esta nota presenta una breve reflexión derivada de una serie de charlas con varios investigadores del equipo que evidencian la necesidad de problematizar la idea de “borde sur” del Distrito Capital, antes de plantear soluciones prematuras a la cuestión sobre su significado y su definición exacta.


Foto: Diana Aya - Vereda Mochuelo Alto - Cuidad Bolívar


En este sentido encontramos que hay muchos bordes interactuando y superpuestos entre sí. Para ilustrar este punto, se ofrecen algunos ejemplos al respecto. En primer lugar, surge el borde definido por las autoridades gubernamentales desde el punto de vista político y administrativo. Este es el borde que define los límites políticos de las localidades y de la cuidad, que señala dónde termina legalmente Bogotá y dónde comienza la jurisdicción de otras autoridades, como alcaldes y gobernadores, de los departamentos y los municipios vecinos. Este límite es uno de los más concretos, se impone como ley sobre el territorio y sus variaciones en el tiempo tienden a ser mínimas. Es un borde que muchas veces es arbitrario e ignorante de la continuidad tanto de las comunidades que comparten características sociales o culturales similares, como de los ecosistemas y paisajes que están integrados entre sí a pesar de estas jurisdicciones administrativas y burocráticas.


En segundo lugar, surge la idea del borde de la urbanización efectiva. Es decir, el límite material hasta dónde llega la construcción de los conjuntos residenciales, comerciales e industriales de tipo urbano. Este borde se vincula más con una práctica que con una norma o legislación. En efecto, incluye la expansión urbana legal e ilegal. El borde de lo urbanizado tiene que ver con la expansión concreta de la ciudad, con la transformación progresiva o abrupta, planeada o improvisada, responsable o agresiva, de los lugares rurales, campesinos o naturales en espacios típicamente urbanos; se percibe a través de la irrupción del gris asfalto y un incremento significativo de la aglomeración humana en detrimento del verde naturaleza, los espacios abiertos o la vida campesina. Este aspecto es especialmente significativo en las localidades de Usme y Ciudad Bolívar donde la mayoría de su territorio aún posee un carácter rural.


Foto archivo proyecto. Borde Urbano rural

En tercer lugar, al mirar hacia el pasado encontramos otro territorio con sus propios bordes, que presenta una relevancia especial para la ciudad, es el borde ancestral de las poblaciones indígenas originarias, de la comunidad Muisca. Descubrimientos recientes de cementerios indígenas y lugares rituales y sagrados en Usme y otras zonas al sur como Soacha revelan un gran potencial arqueológico que desde 2014, se traduce en una zona de reserva patrimonial. Este borde ancestral presenta una oportunidad para comprender mejor nuestra herencia cultural, profundizar en una de las raíces identitarias que nos influencia actualmente y por qué no, aprender algunas lecciones sobre el manejo y los conocimientos de la comunidad Muisca en relación con el territorio que actualmente sustenta a la ciudad de Bogotá.


En cuarto lugar, y en estrecha relación con las ideas anteriores, emerge un borde sur caracterizado por el conflicto y la reivindicación social. Una franja llena de acción colectiva, movilización y lucha a favor de múltiples valores sociales y ambientales. En este borde encontramos diversos líderes y organizaciones que cuestionan los efectos negativos de la expansión urbana a través de variadas causas, al respecto, algunos ejemplos: la defensa de ecosistemas estratégicos como los páramos, los humedales y otros cuerpos de agua, la oposición a los efectos colaterales de la minería y el extractivismo, la protección de la cultural y los modos de vida tradicional campesino, la visibilización y valoración de la herencia indígena ancestral, el reclamo por unas condiciones de vida digna para su población: acceso a servicios públicos, seguridad, vivienda, movilidad, trabajo, etc., la denuncia de injusticias socio-ambientales asociadas con el cuestionable manejo del relleno sanitario de Doña Juana, entre otros. Esta borde nos señala una franja más existencial, en donde cotidianamente está en juego la sobrevivencia de sus habitantes, su apropiación del territorio y sus valores culturales, sociales y ambientales.


Foto archivo proyecto. Borde Urbano rural Vereda Chiguaza - Usme, cultivos de papa.


En quinto y último lugar, pero no menos importante, aparece un borde mucho más borroso y difícil de delimitar. Un borde asociado con la extensión del impacto ambiental del sostenimiento de la ciudad. Una idea útil para imaginar este límite es el de la huella ecológica de Bogotá: esta idea se traduciría en el área de tierra, agua e incluso de aire, necesarios para generar los recursos que alimentan a la ciudad y sus habitantes y para asimilar sus residuos. En este sentido no sería sorpresivo encontrar que la huella ecológica de la capital cubra la mayoría del territorio nacional (o vaya más allá) al pensar en sus demandas de alimentos, materias primas, productos elaborados, además del procesamiento de sus desechos. Como un ejemplo al respecto, es posible imaginar que la contaminación que genera la ciudad sobre el río Bogotá, que va al río Magdalena y que finalmente llega al mar Caribe. En todo este camino, en mayor o menor medida, la ciudad va dejando su huella.


Si bien se podría ampliar el ejercicio de pensar en otros posibles bordes o limites, las perspectivas presentadas hasta ahora son suficientes para evidenciar la necesidad de evitar un punto de vista simplista que reduzca el tema del borde sur del Distrito Capital a la definición de una línea o frontera dada. Por el contrario, nos invita a pensarlo de manera compleja y multidimensional. Así las cosas, surgen varios retos para la investigación en curso en su tarea de problematizar esta idea: no solo rastrear las particularidades sociales, culturales y ancestrales del borde sur, sino también incluir su relación con el resto de bordes de la ciudad, su vínculo con múltiples los procesos sociales y ambientales de toda la ciudad e incluso, ir más allá, hasta incluir las regiones vecinas y lejanas claves para el sostenimiento del Distrito Capital.


 
 
 

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